*Post creado por nuestra colaboradora Ester
Empezamos a planear nuestro safari por África con mucha ilusión y también con muchas dudas. ¿Cuál es la mejor época para ir? ¿Qué partes tenemos que visitar? ¿Cuáles son los sitios más bonitos? ¿Cómo será el alojamiento? ¿Qué animales veremos? ¿Cómo será el clima?…
En fin, una experiencia que ya en los inicios de la planificación huele a aventura, y que arrastra esa esencia cuando lo estás viviendo, cuando vuelves de él, al cabo de unos meses, y creo que para toda la vida. Y aunque suene a discurso sumamente usado, no es en vano que en películas como Memorias de África se evoque el continente con un recuerdo que se lleva para siempre dentro de ti.
Todavía mantengo muy viva la sensación de expectación de los meses anteriores al viaje, de la ilusión de acercarte a un territorio dónde se perciben como en ningún sitio nuestros orígenes ancestrales. Lo esperaba con el anhelo de reencontrarme con nuestro pasado, de conectar con lo que da sentido a nuestra existencia, en un lugar donde la naturaleza te concede ese privilegio.
Y es que sí, África es un continente que lleva la fuerza de un pasado duro pero rico, un continente que irradia una luz que va más allá de sus fronteras físicas. En todo nuestro imaginario está impregnada la imagen de sus colores, el sonido de sus animales y la herencia cultural que se ha transmitido durante años mediante la literatura, la filmografía, la fotografía, el arte.
Y que emoción cuando puedes posicionarte exactamente en el sitio que hasta el momento formaba parte de tu imaginario mental. Cuando la frase «Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong» (Memorias de África) pasa a ser también parte de tu vida, en el momento que esas mismas colinas pasan a formar parte de tu paisaje vital, de tu colección de imágenes de lugares que has vivido y que han sellado un espacio imborrable en tu interior.
Otra frase célebre de la película, «Dios hizo la Tierra redonda para que no pudiéramos ver el final del camino», toma su sentido cuando te encuentras montado en un jeep des del que, literalmente, no ves el final del camino. Un camino en el que entre la grandeza del paisaje, te sabes acompañado de los animales que conviven con una harmonía inherente al orden natural de la naturaleza, donde la cadena de la vida se cumple con una naturalidad inalcanzable en la civilización moderna que conocemos. Esta es la harmonía que ha heredado su pueblo, los habitantes de sus tierras, que viven inmersos en una eternidad que tú, viajero, sólo podrás percibir de forma efímera, pero que ellos conocen como la única realidad.
Y es que sus gentes es también otra de las extraordinarias riquezas del país. Con el hakuna matata presente en cada frase, con un espíritu tan espontáneo y tan humano, con un discurso que solo exalta el lado bueno de la vida y que respeta hasta el máximo grado el orden natural de las cosas.
Os animo con entusiasmo a visitar este país. Me uno al proverbio en suahili “penye nia pana njia”, literalmente «donde hay un deseo, hay un camino”, para inyectarte este espíritu africano. Empieza ese camino hoy y anímate a acercarte a un país que conquistará tu corazón desde el primer momento y se quedará ahí para siempre.
Próximamente publicaré más detalles acerca de mi viaje y del destino, por ahora os dejo con la compañía de unas fotos y el deseo a que emprendáis este camino por vosotros mismos, ya que «sólo los pies del viajero saben el camino» (proverbio Maasai).
Lengo Safaris te ayudará a cumplir este sueño.
*Post creado por nuestra colaboradora Ester
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